viernes, 29 de abril de 2011

John Lanchester, El puerto de los aromas

Sorprende gratamente comprobar cómo alguien que durante un tiempo se tuvo que ganar la vida escribiendo necrológicas puede llegar a publicar un libro como el El puerto de los aromas. Es grato y esperanzador, sinceramente. El talento no obedece, por fortuna, a clases sociales o favoritismos editoriales. Quien tiene algo que contar y encuentra la voz adecuada para hacerlo tiene el éxito asegurado.

John Lanchester es uno de esos autores que, ya desde su niñez, ha tenido una visión del mundo completamente diferente a la que solemos tener el resto de los mortales. Nosotros acostumbramos a nacer en una localidad y de allí no nos movemos (si nos movemos) hasta bien pasada la adolescencia. Y esta emancipación tampoco es muy drástica (si se produce): una ciudad o un pueblo un poco más al norte o un poco más al sur, al este o al oeste; raramente el traslado consiste en un cambio de país. John Lanchester nació en 1962 en Hamburgo (Alemania) y siendo muy pequeño se trasladó con su familia al sureste asiático. Uno de los lugares en los que reparará es Hong Kong, escenario principal de la novela que nos ocupa. Más adelante, con diez años de edad, se establece en Inglaterra. Allí el autor se formará personal y académicamente, finalizando sus estudios en la prestigiosa universidad de Oxford. Sin embargo, aquellos dos lustros de su tierna infancia que transcurrieron en tierras orientales resultarán vitales para el bagaje personal y sentimental del futuro escritor. A esa edad cualquier persona es una esponja que todo lo absorbe: el lenguaje, los sonidos, los colores y, por descontado, los olores.

El puerto de los aromas es la tercera novela de John Lanchester y fue publicada en 2002. Dos años más tarde aparece la traducción española y al siguiente gana el Premi Llibreter, toda una referencia y una garantía para el público (este galardón, a priori, no está manipulado por los intereses ni las coacciones de las grandes editoriales... o al menos así era en sus inicios). La obra es un compendio de retazos de vidas ajenas con Hong Kong como telón de fondo y como verdadero protagonista. El significado del nombre de esta antigua colonia británica es, precisamente, puerto de los aromas. A pesar de que el aroma de sus aguas no sea especialmente agradable, sino más bien todo lo contrario, el título del libro es suficientemente evocador como para tener un tanto ganado nada más caer en manos del lector.

Cada parte en que se divide la novela está narrada por una voz. Son cuatro voces las que toman el hilo de la historia, pero podrían ser muchas más. Todas encajan como en un puzle perfectamente troquelado, sin asperezas ni disonancias. Arrancamos - tras un escueto y maravilloso prólogo a cargo de Tom Stewart - con la arrebatadora Dawn Stone, una joven ambiciosa con un único objetivo en la vida: alcanzar la cima de su carrera como periodista para acaparar el máximo poder posible. Dejará su mediocre puesto en un conocido periódico de Londres para trabajar, recomendada por un antiguo compañero, en un medio de comunicación de Hong Kong. Allí un golpe de suerte le abrirá las puertas de las más altas esferas de esa sociedad occidentalizada. Seguidamente, abarcando el gran corpus de la obra, toma la palabra Tom Stewart. Al igual que Dawn Stone, su nacionalidad es británica y viaja a Hong Kong en un intento de escapar de la vida gris a la que parece estar predestinado. Si las vivencias de la señorita Stone transcurren a finales del siglo XX y vemos un país más o menos reconocible, a través de la vida de Tom Stewart contemplamos la evolución de Hong Kong a lo largo de todo el siglo, desde sus inicios coloniales hasta el traspaso de la gran metrópolis al gobierno chino. Su voz convierte la novela en una narración increíblemente evocadora. Cogerá su relevo la hermana Maria, una monja de origen asiático con quien Stewart coincidió a bordo del barco que los llevó a aquellas tierras lejanas desde Europa y con quien mantendrá una duradera amistad. (Sin ir más lejos, y a causa de una apuesta por parte de uno de los pasajeros, ella fue quien le enseñó cantonés durante las semanas que duró la travesía.) Finalmente, Natthew Ho protagoniza la cuarta y última parte de la novela. Con él regresamos a la última década del siglo pasado en Hong Kong. Su vida está relacionada con los anteriores personajes a través de unos lazos de los que no puedo adelantar nada por riesgo a desvelar la trama. Empresario en alza y agobiado por las presiones de las nuevas alianzas en los territorios chinos, Natthew Ho deberá buscar afinidades más allá de lo que su ética se lo permite, convirtiéndose en una víctima más de un mundo que avanza y se autoabastece con notas tan predominantes como el desarraigo, lo efímero y lo material.

Para dar por finalizado el texto me gustaría resaltar el muy significativo vaticinio realizado por uno de los personajes en los años 60 y que, a día de hoy, se está cumpliendo con una precisión milimétrica: "Bueno, nos espera un siglo asiático - dijo Austen-. Espero que nos traten mejor de lo que nosotros los hemos tratado a ellos. Y que no soplen muy malos vientos por aquí cuando eso suceda".