viernes, 25 de noviembre de 2011

Carlos Ruiz Zafón, El prisionero del cielo

Cuando nadie se lo esperaba, ni siquiera los de la propia editorial, viene Carlos Ruiz Zafón y nos hace un regalo de Navidad. En mi caso el regalo es doble, pues al de la aparición de la novela de este autor barcelonés afincando en Los Ángeles se suma que el libro viniera bajo el brazo de una amistad que procedía de lejos, una gran amistad que nunca se extinguió y que, como las brasas invisibles que descansan latentes bajo las cenizas de la chimenea, son capaces de reavivarse y prender de nuevo los gruesos troncos que se le pongan a su alcance. Y no me ruboriza confesar que me siento muy afortunado, tanto por la lectura que acabo de finalizar como por la amistad que he vuelto a retomar. ¿Se puede ser más dichoso en estos tiempos tan oscuros que nos ha tocado vivir?

Lo mágico de la literatura es que sus éxitos no atienden a una fórmula como la de la Coca-cola que, aunque aparentemente mágica también, puede llegar a producir litros y litros de ella con la misma “calidad” per secula seculorum. La persona que escribió La sombra del viento tal vez nunca llegue a escribir algo de la misma excelencia, aunque quizá sí algo aproximadamente parecido, que no es lo mismo pero que es el caso y eso ya es mucho. De lectura más rápida que su antecesor, El prisionero del cielo retoma la historia que vivimos (y amamos) con el primer volumen que abría la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados. Recuperamos a personajes como Daniel Sempere y su padre, Bea y el hijo de ambos, Julián, Fermín y su amada Bernarda y, lo más inquietante, aparece David Martín, protagonista de El juego del ángel. Pero esta novela trata, ante todo, de Fermín Romero de Torres, de su pasado y de la repercusión que aquellos años tenebrosos tienen en el presente (hablamos de finales de la década de los 50). El protagonismo de Fermín logra quitarle hierro a esas tinieblas humanas y le otorga a la historia un tono picaresco, a pesar de estar plagada de una serie de episodios dramáticos que se suceden vertiginosamente.

Como malo malísimo de la obra, El prisionero del cielo nos da a conocer un nuevo y sombrío personaje, Mauricio Valls, un esbirro producto del régimen franquista que nada tiene que envidiar, en cuanto a capacidad de maldad, al inspector Fumero. Soberbia, poder y vanagloria son sus cartas de presentación. Él será el culpable de que los destinos de todos los personajes de la obra se entremezclen unos con otros y queden atrapados en la tela de araña que ha tejido pacientemente para la consecución de sus planes.

El planteamiento que hace Carlos Ruiz Zafón sobre la interconexión de los cuatro libros que componen la serie funciona hasta cierto grado. Hay algo de improvisado a medida que avanzan las entregas que no acaba de convencer. A veces muchos pasajes que hacen referencia a los acontecimientos narrados en otro volumen parecen más insertados por un mero hecho de justificación argumental que por la necesaria evolución y engranaje de la historia. Tampoco estoy de acuerdo con el autor cuando asegura que cada novela encierra una historia sólida e independiente que se relaciona con las demás a través de una compleja red de vasos comunicantes. Esto sucedía con La sombra del viento (un microcosmos perfecto) y si apuramos con El juego del ángel, pero queda descartado con El prisionero del cielo. Quien lo tome como única lectura se quedará frío, no sabrá de dónde viene ni adónde va, porque esta obra no deja de ser un intermezzo pintoresco, que no solventa ninguna de las vías que abre, que sólo acaricia la superficie y que lo único que proporciona son detalles (tampoco muy relevantes) de sus antecesoras.

Por lo que respecta a la forma, a veces tenemos la sensación de que la narración se precipita en exceso, que no posee aquella solidez narrativa de La sombra del viento. Sin embargo, El prisionero del cielo me ha divertido mucho y eso, en esta actualidad repleta de malas noticias, es de agradecer. Cada vez busco más esa simplicidad en todo aquello que leo: me gusta o no me gusta, me divierte o no me divierte, me conmueve o no me conmueve. Y lo mejor de todo es que esta entrega me ha dejado con el suspense y las ganas de querer descifrar el final de la historia, de esperar con ansia la aparición de su último volumen y saborear el acto final de esta gran obra (a pesar de sus altibajos). Toda una pequeña ilusión.