viernes, 15 de julio de 2011

Don Winslow, El poder del perro

James Ellroy no se caracteriza precisamente por su modestia. La crítica le califica como el sucesor natural de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, algo que el hombre se lo ha tomado a pies juntillas. Dejando de lado su reconocido egocentrismo literario, de tanto en tanto le lanza algún piropo a alguno de sus colegas de profesión. De la novela El poder del perro comentó: "Es aterradora y triste, de una intensidad magníficamente sostenida. Es una hermosa visión en miniatura del infierno, con toda la locura moral que la acompaña". Y lo dice con conocimiento de causa, ya que el propio Don Winslow asegura que los hechos verídicos ocupan el 90% de su narración. Nos encontramos ante una obra excepcional, de eso no cabe la menor duda.

El impacto es inmediato. Si bien en la mayoría de sus novelas la acción no llega hasta alcanzar la página setenta, una vez estamos familiarizados con su protagonista, aquí tenemos la sensación de que nos arrojan a un caldero con agua hirviendo desde la primera página. Y la sensación de escaldamiento no nos abandonará hasta el final. Se trata, principalmente, de una obra cruda y coral. Cruda por la concatenación de escenas repletas de violencia y episodios desgarradores que no conceden tregua alguna al lector que aún conserve un ápice de sensibilidad. Y coral al tratarse de una historia que incorpora varias voces protagonistas, cada una de ellas marcadas por un destino aciago que tiende a entremezclarse con las demás.

El poder del perro es una tragedia en toda regla. En algún artículo comparaban su fuerza y dramatismo con la obra de Shakespeare. Tienen toda la razón. Pero va más allá, recuerda a ciertas tragedias griegas de Sófocles como, por ejemplo, Antígona o Edipo Rey. La usurpación de la autoridad y el derramamiento de sangre entre distintos clanes familiares están a la orden del día a lo largo de toda la novela. Una serie de cárteres mexicanos se disputan el corredor fronterizo con Estados Unidos. Quien tiene el control de ese paso, tiene el poder y, por ende, una buena cantidad de millones de dólares en sus cuentas bancarias.

Arrancamos en la década de los setenta, con los cultivos de amapola que más tarde proporcionarán la droga que inunda las calles de muchas ciudades norteamericanas. Un miembro de la DEA (organismo yanqui encargado de erradicar esta plaga procedente del sur del continente), Art Keller, lucha contra el narcotráfico. Se vuelca totalmente en la consecución de su meta, sacrificando tanto su vida familiar como, en ocasiones, su ética profesional. Por la causa, serán muchos los que pierdan la vida de la manera más atroz imaginable. Inocentes y verdugos acaban siendo víctimas de la misma barbarie y del mismo sinsentido. Por un momento, se difumina la barrera entre el bien y el mal y nos replanteamos continuamente la famosa afirmación de Maquiavelo "El fin justifica los medios". ¿Realmente podemos aplicar este silogismo sin perder la inocencia, la tranquilidad de nuestra conciencia? Cuando los hombres dan este paso, cuando se antepone el fin a todo lo demás, ya no hay vuelta atrás. Para Art Keller esto sucedió el día que estrechó la mano de los Barrera.

La familia Barrera es lo más parecido a la encarnación del mal sobre la tierra. Miguel Ángel Barrera, apodado el Tío, será el primero que monte la gran red que durante décadas se encargará de traficar con cocaína, creando la denominada Federación. Sus sobrinos, Adán y Raúl, siguen su estela. Durante los años noventa instauran su reino de terror. Adán es la cabeza pensante, Raúl el ejecutor implacable. Ambos se encargarán de ir suprimiendo, metódicamente, a todos los jefazos territoriales que podían hacerles sombra y con sus selectivas "mordidas" meterse en el bolsillo, impúdicamente, a todas las autoridades que pudieran interponerse en su camino. Su lema es sencillo: o estás con nosotros o acabarás lanzado en una cuneta para que te devoren los perros, no hay otra opción, tú eliges. Junto a sus sicarios dejarán un largo reguero de cadáveres por todo México.

Entre el pulso que mantienen durante la novela Art Keller y los Barrera, se desarrollan las historias de Callan y Nora, quienes tendrán un papel fundamental en los decisivos acontecimientos que pondrán punto y final a la obra. Callan, un neoyorkino de origen irlandés, ha crecido en la Cocina del Infierno junto a su amigo O-Bop. Un día, en el pub Liffey, O-Bop se mete en un buen lío con uno de los mafiosos más temidos del barrio. Callan, que no es más que un crío de diecisiete años, viendo peligrar la vida de su amigo, saca una 22 y le descerraja dos tiros en la cabeza al mafioso sin apenas pestañear. Será la primera víctima de una larga lista. Tras ser reclutado por la mafia, acabará desertando y convirtiéndose en un asesino a sueldo. Por su parte, Nora es una belleza californiana que acaba trabajando como prostituta de lujo nada más llegar a la mayoría de edad. No todo el mundo puede permitirse obtener los servicios de Nora. Sólo aquellos que ocupan las más altas esferas del poder tienen acceso a ella. Por ese motivo, a nadie le extrañará que su vida acabe cruzándose con la de uno de los hermanos Barrera... El amor, el dolor, la muerte, la pérdida y la venganza estarán a la orden del día y serán las notas predominantes en la evolución de todos los personajes.

A pesar de su dureza, recomiendo encarecidamente la lectura de El poder del perro. El propio Don Winslow reconocía en varias entrevistas la pesadumbre que se adueñó de él durante su redacción. Incluso afirmaba que esa desesperanza podía apreciarse a medida que avanza el libro. Llegó a pensar que su carrera de escritor estaba acabada cuando le entregó el original a su editor. Por suerte, el desánimo no pudo con él. Con una inconmensurable fuerza de voluntad logró poner el punto y final y ver cómo la novela se convertía poco a poco, por cuenta propia y por su fuerza inherente, en una obra que perdurará en el tiempo entre otros clásicos de la novela negra.