viernes, 17 de octubre de 2008

Karen Blixen (Isak Dinesen), Sombras en la hierba


La baronesa Blixen tenía una granja en África. Durante un tiempo en ella produjeron café hasta que las deudas obligaron a la dama danesa a abandonar el viejo continente y regresar a Europa. La baronesa abandonó Kenya siendo su cuerpo una sombra de lo que fue. Pero antes sucedieron muchas otras cosas que, a modo de recuerdos fragmentados, nos sirve en bandeja de plata, una bandeja con el nombre de Sombras en la hierba.

Lo que ya hiciera con su anterior obra, Out of Africa (nunca me gustó la última traducción del título en español: Memorias de África… y es curioso porque se han llegado a dar hasta tres traducciones de la misma obra, la anterior mencionada, con la que parece habernos quedado, África mía, la primera, y una intermedia Lejos de África, la que más me gusta y la que encuentro más fiel al título original), publicada más de veinte años antes, lo retoma en esta pieza más breve de un modo, si cabe, más nostálgico. Leyendo sus páginas uno tiene la sensación de encontrarse ante alguien que está en su lecho de muerte (aquélla que muchas veces la autora deseó). Por unos instantes, recupera la conciencia y, mirando al infinito, cuenta a la persona que sentada a su lado la vela (en este caso a nosotros, el lector) pinceladas, imágenes, ecos de aquello que vuelve a vivir pero ahora ya sólo en su mente, en su pasado, concentrando en esos breves lapsos de tiempo toda su lucidez.

Mientras vivía en África, la baronesa Blixen tuvo sífilis. El barón Blixen – con quien se unió en un matrimonio de conveniencia: yo te aporto un título nobiliario, tú me das el dinero que necesito para mis devaneos por el mundo – se la contagió. Tuvo que regresar a Dinamarca y allí seguir el tratamiento que a principios del siglo XX era el único que podía salvarle la vida. Este tratamiento contra la sífilis fue el causante de que la baronesa Blixen nunca pudiera tener hijos. Las dosis de cianuro que se le suministraron la hicieron estéril. Si hago esta mención no es por morbo, sino para resaltar que estos sucesos marcarían de una manera más determinante su tan singular y fuerte carácter.

A su vuelta a Europa en 1931 y con la publicación tres años más tarde de Siete cuentos góticos, Isak Dinesen se dio a conocer al mundo como la gran narradora que siempre había sido y que continuaría siendo hasta más allá de su muerte acaecida en 1962. Al mismo tiempo también mostraba a la sociedad al personaje en el que acabaría transformándose, muy distinto de aquella persona vigorosa que luchaba por la supervivencia de su granja y de sus trabajadores africanos. Sólo es necesario ver las fotografías que le fueron haciendo a medida que transcurrían los años para comprobar que su sentencia de regocijarse en “ser la persona más delgada del mundo” no iba en broma. Uno entiende que bien podría ser cierto que su único menú pudiera conformarlo un plato de ostras y una botella de buen champagne. Lo que resulta evidente es que se fue consumiendo en vida (en parte por la sífilis que seguía latente en ella, a pesar de creerse sanada, en parte por la desnutrición), su cuerpo parecía una vela a la que le quedan pocos minutos para extinguirse… Sin embargo, su llama, esa mirada tan dura e inolvidable para quienes tuvieron la fortuna de tratarla, brillaba con más intensidad que nunca.

Más adelante, en 1937, vendría la ya mencionada Out of Africa y otras recopilaciones de cuentos, a cuál más perfecto y más increíblemente evocador. Hay que recordar que Isak Dinesen era única para crear atmósferas, para transportar al lector a parajes totalmente desconocidos para él y hacerlos suyos. Incluso escribió una novela durante la ocupación nazi de su país, Las vengadoras angelicales, bajo otro de sus pseudónimos, en esta ocasión Pierre Andrézel.

Choca el aspecto sumamente frágil de la escritora en su vejez con la viveza y vitalidad que emanan de su propia figura en alguno de los pasajes del último libro que vería publicado en vida, Sombras en la hierba. En él cada palabra viene de la mano del recuerdo. La rememoración va confeccionando retazos de una vida ya extinguida. Su leal y querido Farah. Una Tanne empuñando un rifle y abatiendo a un león sin que le tiemble el pulso. Haciendo de improvisada doctora mientras consuela a uno de sus trabajadores hasta que éste finalmente muere entre sus brazos. Y tantas y tantas sombras que se deslizan sigilosamente ante nosotros.

Podría estar horas y horas hablando de esta mujer extraordinaria, de su maravillosa prosa y de su ambigüedad como ser humano, pero no lo haré, porque no deseo que perdáis el tiempo con estas superfluas líneas; desearía que mis palabras os abrieran el apetito para leer cualquiera de sus libros, el primero que encontréis. Nunca estuve tan seguro a la hora de recomendar un autor. Además, a todos aquellos que quieran conocer más acerca de su vida y obra les remito a la biografía de Judith Thurman. Allí está todo. O casi todo. Sería demasiado temerario hacer tal afirmación tratándose de un personaje como la baronesa Blixen o Isak Dinesen o Pierre Andrézel o Tania o Jerie o como demonios quisiera llamarse.

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