viernes, 5 de diciembre de 2008

Charles Dickens, Almacén de antigüedades


Siempre he sentido preferencia por aquellos autores que además de ser grandes escritores también son excelentes narradores. Porque no hay que confundir en literatura ambos términos. A decir verdad, hay infinidad de aceptables escritores que son pésimos narradores. El arte de narrar va un poco más allá de tener un amplio vocabulario y trazar frases sintácticamente correctas. La narración tiene como una de sus principales funciones la de hechizar, siendo ésta hermana gemela de la prestidigitación. Los magos en ambos casos (el del escenario y el del papel) sólo consiguen el aplauso si por unos instantes logran que todo aquello que pasa ante los ojos o la imaginación del público toma vida propia, se hace creíble y lo maravilla.

Para todos aquellos que amamos la narración, leer a Dickens siempre es un regalo. Yo, personalmente y ante todo, me considero lector. Sin embargo, cuando nos sumergimos en las páginas de cualquiera de sus historias, además de saciar nuestro apetito de lectores sobradamente, hace que crezca dentro de nosotros un ansia por narrar episodios que conmuevan tanto como aquellos que aún, pasadas las horas, nos hacen temblar. Charles Dickens es el gran cobijo para todo buen lector y la gran meta para cualquier aspirante a narrador.

En estas líneas sólo quisiera destacar la gran maestría de Dickens para esbozar personajes y cargarlos de vida y la manera tan prodigiosa en que consigue que unos se relacionen con otros. Aunque se le han atribuido imperfecciones como escritor (algo que también sucedió y sigue sucediendo con Dostoievski), la historia siempre coloca a cada uno en su lugar… Y en la historia de la Literatura no iba a ser menos. Hoy en día, un siglo y medio después de su presentación por entregas (modo habitual de publicación de Dickens, de ahí sus más que comprensibles “faltas” literarias) todos recordamos y volvemos una y otra vez a obras como Los papeles póstumos del Club Pickwick, Oliver Twist, David Copperfield, Tiempos difíciles, Grandes esperanzas, Historia de dos ciudades o, la que aquí presento y que me ha ocupado en plenitud el mes de diciembre (lectura lenta, pausada, saboreando y recreándome en cada uno de sus párrafos), Almacén de antigüedades, entre otras muchas. Todos sus personajes permanecen en nuestro imaginario como si se tratasen de viejos amigos a los que volvemos a ver y disfrutar de su compañía después de mucho tiempo.

Charles John Huffam Dickens nació en 1812, Portsmouth, Inglaterra. Murió en su personal y reinventado Londres en 1870. De su vida destacaría un episodio que lo marcaría para siempre como hombre y como escritor. Dickens nunca olvidaría, a pesar de la infancia feliz que muchos le endosan, cuando de pequeño tuvo que trabajar para sustento de su familia en una fábrica de betún. Por ese motivo no sorprende encontrar entre las páginas de Almacén de antigüedades el siguiente comentario del narrador de la obra: “Me da pena ver a los niños ocupando un lugar como personas mayores”.

Breve comentario, pero sincero y eternamente agradecido. De Dickens ya se ha dicho demasiado y muy bien.

3 comentarios:

Arare dijo...

Reconozco que tengo mucho que leer... aunque me doy cuenta q tambien lees mucho, vaya q eso es muy bueno, ya que nos culturizamos mas... y algo que veo.. es que es muy buena literatura, de esa q hace mas a uno mismo... personas con sentido:D buenas elecciones las tuyas!!!

Neusi dijo...

Ei Jose!!! Yo aunque ya no pare por tierras itemeras, sigo leyendo tu blog y tb viendo vuestras fotos!! Ya vi que al final te animaste a ir a la cena de Navidad! y que encima tubiste tu recompensa: un jamón!!!! Felicidades y que lo disfrutes!
Yo, la verdad es que no me puedo quejar de como me va, de momento todo bastante bien.
Espero que tengas una Feliz Navidad y que empieces el 2009 con muy buen pie.
Un beso grande de una que os echa de menos (a los compis no a la empresa)jiji.

ॐ Palabras Andantes dijo...

has leido a balzac ???
éste es uno de los escritores q como dices en tu blog, te hechiza en su narración