A Frank Machianno le gusta la puntualidad. Se levanta cada día a las cuatro menos cuarto de la mañana cansado de ser él mismo. Se da una ducha de un minuto. Se hace un café que deja reposar exactamente cuatro minutos. Se prepara un bagel de cebolla con un huevo frito que envuelve cuidadosamente en una servilleta de hilo. Se mete en su furgoneta Toyota y se dirige al muelle de Ocean Beach.
A Frank Machianno le parece que tiene mucha suerte de tener una hija maravillosa, Jill, que está a punto de entrar a estudiar en la Facultad de Medicina (aunque eso signifique que Frankie deba romperse un poco más el espinazo para costearle las clases), una pareja para quitarse el sombrero, Donna, que trabajó durante unos años en Las Vegas y que ahora regenta una boutique con una buena y distinguida clientela, y una ex mujer que aún le sigue necesitando y queriendo a su manera. Frankie puede sentirse afortunado por llegar a esas alturas de la vida rodeado de esas tres preciosidades a las que tanto ama, por quienes merece la pena seguir luchando en este mundo tan hostil y falto de valores.
A Frank Machianno se le podía ver surfeando durante “la hora de los caballeros” en las magníficas playas de la costa de San Diego. Siempre acude a su cita, día tras día, acompañado de su amigo y camarada Dave Hansen, agente del FBI a punto de retirarse. Para él subirse a una ola y cabalgarla es mejor que hacer el amor, o al menos eso cree. Pero un día deja de acudir a su cita y Hansen se pregunta si la desaparición de Frankie tendrá algo que ver con los dos cadáveres que han aparecido en la playa acribillados a balazos. Uno era un destacado mafioso de Detroit, el otro un testigo protegido que estaba metido en un asunto bastante serio y turbio. Lo que Dave Hansen no sabía es que ambos habían tratado de tenderle una trampa mortal a Frankie. Pero Frankie es Frankie y con eso quiero decir que poca explicación más debe darse a lo que sucedió.
A Frank Machianno no se le toma el pelo sin salir escaldado o con los pies por delante. Por algo le apodan “la máquina” y de ahí que, quienes le conocen, se dirijan a él por el nombre de Frankie Machine. Este sesentón pluriempleado (regenta una tienda de carnada en Ocean Beach, trapichea con un negocio de lavandería y lleva un servicio de pescado dirigido a hoteles y restaurantes) ha abandonado definitivamente los asuntos mafiosos que años atrás lo convirtieran en una celebridad. Pero ahora, de repente, cuando su vida parece tranquila, alguien se ha empeñado en quitarlo de en medio. Frankie desconoce los motivos. Mientras huye de los sicarios que van llegando y que van cayendo como moscas en sus manos, hace un repaso de su agitada vida pasada para ver quién diantres lo quiere en el hoyo.
A Frank Machianno le mosquea la injusticia. Al conocer su historial vemos a un tipo que, aunque de gatillo letal (que no fácil), es todo un caballero a la hora de mandar al otro barrio a un objetivo anónimo, pero una bestia sin remordimientos ante quien se lo merece (y con ello me refiero a aquellas personas que han hecho mucho daño a su alrededor). A su manera, por descontado, tiene conciencia y principios, por lo que nunca vacía el cargador a la ligera. A medida que se hace mayor se vuelve más selectivo a la hora de aceptar “trabajos”, algo que finalmente descartará por completo, tratando de redimirse y llevar una vida decente. Y casi lo consigue. Prácticamente logra convertirse en alguien a quien los suyos consideran un buen padre de familia, una buena pareja y un buen ex. Lástima de aquella emboscada en la que quisieron coserlo a balazos. De aquello sólo podía resurgir un Frankie cabreado, es decir, aquella situación despertó a la machine aletargada.
A Frank Machianno lo inventó Don Winslow, un escritor norteamericano que tuvo un éxito inesperado con su anterior novela, El poder del perro (una novela tremendísima). Don Winslow nació una noche de Halloween en Nueva York (1953). Trabajó durante un tiempo como detective privado y como guía turístico en safaris africanos. Un día leyó en alguna parte que Joseph Wambaugh, un ex policía reconvertido en escritor, escribía diez páginas cada día y con eso le bastaba. Winslow no se propuso tanto. Hizo la mitad y al cabo de tres años tenía su primera novela. Desde entonces trabaja cada día de 5:30 a 10 de la mañana y, casi siempre, alterna simultáneamente dos novelas. A todas sus obras les imprime un ritmo trepidante, una acción que no deja ni un momento de respiro al lector. Iniciar la lectura de un libro de Don Winslow es lo más parecido a subirse a una montaña rusa que parece no acabarse nunca.
A Frank Machianno hay que conocerlo a través de las cuatrocientas páginas de esta novela. Sólo puedo decir eso. Llegaréis a cogerle cariño y a considerarlo como un viejo amigo. A fin de cuentas, a pesar de su crudo historial, se trata de un tipo que siempre ha deseado que le dejen en paz y ser feliz con los suyos. Nada más. El problema es que, cuando la vida se las da cruzadas, no se arruga. A su lado los mafiosos de Coppola o Scorsese os parecerán hermanitas de la caridad. Palabra de honor.
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