viernes, 11 de febrero de 2011

Paul Auster, Sunset Park

Vaya por delante mi incondicional admiración a Paul Auster. Son muchos los años y muchas las novelas que arrastro en mi bagaje personal, en compañía de este autor neoyorquino que se ha ganado a pulso su merecida fama. Por este motivo, lamento que el primer artículo que escribo sobre él deba versar sobre su última novela, Sunset Park. Dentro de su variopinta bibliografía, con algunos comprensibles altibajos en su calidad (ninguno de los grandes se libra), esta obra se encuentra entre las más flojas de su producción literaria. Sin embargo, aclarado este aspecto, esto no debería ser un obstáculo para disfrutar de una novela modesta pero bien solventada, en la que deberemos degustar más la descripción y naturaleza de los personajes que el complejo intríngulis de su trama, algo a lo que nos tenía tan bien acostumbrados Paul Auster, con aquellos sorprendentes giros del destino provocados por el caprichoso azar y con aquel juego de cajas chinas en las que la realidad se confundía con la fábula.

Sunset Park
está construida a partir de una serie de voces. Aunque, aparentemente, la historia parece centrarse en la primera voz con la que arranca la novela, la de Miles Heller, a medida que la narración avanza va perdiendo fuerza su protagonismo para compartirlo poco a poco con otra serie de personajes que acabarán teniendo tanta importancia como él en el fresco que conforma esta obra. Miles Heller, un joven de veintiocho años, regresa a Nueva York tras casi un década de huidas por varios estados norteamericanos. Un desgraciado accidente hizo que tomara la determinación de abandonar la universidad y la casa paterna. En su deambular, ganándose la vida en trabajos de mala muerte, conoce en Florida a Pilar Sanchez, una chica de origen cubano a la que le falta un año para llegar a la mayoría de edad. Comenzarán una relación que deberán ocultar al resto del mundo (en Estados Unidos salir con una menor puede acarrear penas muy duras de cárcel), con la única excepción de las hermanas de Pilar. Aunque dan el visto bueno a la pareja, una de ellas, Angela, la mayor, trata de sacar provecho de la delicada situación. Miles se verá obligado a regresar a Nueva York hasta que Pilar cumpla los dieciocho. Pero no volverá con sus padres, sino que tomará la palabra a su amigo Bing Nathan, la única persona con la que había mantenido contacto durante todos aquellos años de ausencia, y quien le había ofrecido una habitación en una casa de un barrio de Brooklyn, Sunset Park. La particularidad de este ofrecimiento es que se trata de una casa ocupada, por lo que deberá transgredir la ley una vez más.

Una vez la acción pasa a la casa ocupada de Sunset Park, el resto de voces hacen su aparición. Entre ellas, sobresalen la del ya mencionado Bing Nathan (un idealista que lleva un negocio con un nombre tan peculiar como el Hospital de Objetos Rotos), la de Alice Bergstrom (una estudiante que está ultimando una tesis sobre la película Los mejores años de nuestra vida) y la de Ellen Brice (una joven que trabaja en una inmobiliaria venida a menos, con muchos problemas de autoestima y que encontrará en la pintura una salida a ellos). En este momento es cuando la novela se convierte en coral. Todos ellos son los inquilinos de la casa ocupada y alternan los episodios de su vida cotidiana en ella, exponiendo al mismo tiempo sus miedos y sus anhelos personales. Ya lo de menos es seguir con la historia particular de Miles Heller, incluso cuando hace su aparición su padre, Morris Heller, como una más de las voces narradoras.


El hilo argumental es lineal y previsible y quienes esperen llegar a un final revelador se sentirán tremendamente decepcionados. Como ya he comentado, ésta es una novela de personajes, por lo que hay que buscar el aliciente literario en la descripción más que en la construcción. Y aunque Sunset Park es una obra más que aceptable, estamos muy lejos de encontrarnos ante el mejor Auster.

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